Los recuerdos no sólo se graban en la memoria, pon una cámara en tu vida
Sin una cámara de fotos no podría vivir. Esto es una forma de decir que me apasiona la fotografía desde que era una adolescente. Mi primera cámara, en 2010, era muy básica, pero para mí era una puerta de entrada a un mundo increíble: posar, hacer miradas, capturar el mejor paisaje.
Esto me ha convertido en la típica “pesada con las fotos”: con la familia, en las quedadas con las amigas, cuando viajo, en cualquier día de mi rutina. Me gusta la foto ‘perfecta’, o al menos lo que para mí significa la perfección. El encuadre, la luz, el significado, lo que transmite, lo que sobra, lo que falta… Y quiero lograr que lo que está en mi cabeza, aquello que veo con tanta claridad y nitidez antes de hacer la foto, acabe realmente en ella.
Hago fotos a animales, personas, paisajes, comidas… Pero hacer una foto no es apretar el botón, o tener un mejor móvil o un modelo más sofisticado de cámara. Es algo más. Una foto requiere analizar con sumo detalle el enfoque adecuado, porque sin él no se potencia el sujeto, o el objeto, o simplemente la belleza del momento o del lugar en el que estás.
Por ejemplo, una buena foto de un plato exquisito tiene que lograr transmitir esa belleza del emplatado, la frescura y calidad de los ingredientes, el sentido del plato y el lugar donde lo estás comiendo. Cuando vas de viaje pasa algo similar. Si viajas a un país nórdico, por ejemplo, una foto sólo puede transmitir un mensaje y un resumen de un momento preciso, si tienes una ropa de invierno adecuada, un paisaje característico, una pose que lo realce y todo ello enmarcado en una misma imagen. No cuidar ciertos detalles no te permitiría distinguir si la foto la haces en Islandia o en un puerto nevado cerca de tu casa. Las fotos tienen que hablar por sí mismas, o al menos esa es mi obsesión.
Como casi todo en la vida, la fotografía requiere formación. Ahora bien, también considero que hay artes o talentos innatos que no tienen explicación o casi vienen ‘de serie’. Y la visión fotográfica es uno de esos talentos. Siempre he tenido la ilusión y la motivación de dedicarme a la fotografía y al modelaje. No se trata de ser fotogénico, más guapo o feo. Lo más importante en una foto, repito, es trasmitir, lograr contar algo con ella.
Y con estos mimbres me voy metiendo poco a poco en el mundo de la fotografía. Durante mi estancia en Londres hice mi primer book. Era una forma de plasmar de forma profesional algo que siempre me gustó, posar y tratar de explorar lo que podemos transmitir a los demás con fotos de nosotros mismos. Eso exige conocerse bien y lograr potenciar lo que nos realza, o nos muestra esa faceta más expresiva o comunicativa, y a la vez gustarnos. Tras este book, algunas agencias que recibieron mis fotos me contactan. Pero no tenía tiempo, trabajando 12 horas diarias, para dedicarme, como me gusta hacerlo (al 100%) a esta nueva faceta que me apasiona desde niña. Soy muy disciplinada con el esfuerzo que se debe dedicar a una profesión, o a una pasión. Y el esfuerzo debe ser máximo, porque las cosas a medias no generan resultados enteros.
Años después, tras mi regreso a Madrid, y continuar con mi trayectoria profesional en enfermería (sin renunciar a exprimir la vida gota a gota), me surge la oportunidad de hacer otro book. Esta vez con un fotógrafo de prestigio, en un lugar emblemático de la ciudad y con la motivación extra que te aporta la madurez de ir perfeccionando con el tiempo el gusto por la fotografía como una forma de resumir, capturar y transmitir mi vida en todas sus facetas: moda, viajes, gastronomía…