Siempre me llamó la atención ir de un lado a otro con la casa encima, tal cual, así es la caravana. Hasta este verano no había tenido ocasión o simplemente no se me había ocurrido. Pero siempre busco la aventura, y este viaje ya olía a muchas anécdotas juntas pero, sobre todo, era una prueba a la adaptación continua. Tengo carnet de conducir desde los 18 años. Fue algo que siempre quise tener lo antes posible porque es la sensación (real) de independencia, más con coche propio y miles de kilómetros para quemar rueda J.
Lo primero… las maletas. Y viajar en caravana, este proceso, en sí, ya es distinto. Lo peor o mejor de todo es que en una caravana caben tantas cosas que es la típica maleta indefinida que luego te traerá problemas una vez en el camino, ¡tantas cosas!: bicicleta, colchoneta de mar, sillas y mesas plegables, lo básico para comer o desayunar algún día, ya que esto de llevarse la casa encima incluye frigorífico y congelador, su fuego, fregadero, camas, mesa, tele, y su baño con su ducha. Todo más mi perra, ella viene conmigo siempre que sea posible o me lo permitan.
¡Allá vamos!, pero antes una extensa explicación sobre el funcionamiento de una caravana (muchos detalles, más de lo que podríamos pensar a priori). Y con información básica partimos para Portugal. Nuestra idea era recorrer el Algarve y la mayor parte de sus pueblos en Caravana.
Conducir una caravana, debido a sus longitudes de ancho y alto, no es nada fácil, puedes ser un gran conductor pero la gestión espacial del vehículo es algo nuevo, y tener un percance puede ser muy fácil. Mi primera vez tenía que pasar en un giro casi nada más empezar (era un giro muy cerrado y no había casi espacio), subí al bordillo y se ralló el plástico que cubre la parte de la rueda. Ya empezaba a descontar de la fianza 😊.
Después de unas horas, algo largas y pesadas —ya que en caravana no puedes ir con la misma velocidad que en coche— llegamos a nuestra primera parada: Tavira. Llegamos de madrugada, a las 4am. Sólo quedaba buscar un lugar apto para caravanas —no puedes aparcar donde quieras y a la hora que quieras, y menos para pasar la noche—. Pero para eso está la tecnología: íbamos cargados de una aplicación que, en todo momento, y en tiempo real, te dice qué posibilidades tienes de aparcar, precios (ir al baño o ducharte te puede costar 50 céntimos), servicios disponibles y hay muchas opciones… en la aplicación, porque luego en carretera no hay muchos lugares donde tengas aparcamientos especializados, o campings. A la hora a la que llegamos el primer día, la mejor ‘opción’ fue aparcar en un descampado para caravanas. El sudor y la luz del sol me deslumbraron y despertaron a la mañana siguiente. Estaba super pegajosa, no deja de ser un auto (cerrado) al sol. Y ya empezaba algo de estrés por la higiene y comodidad. En una caravana no todo es igual de cómodo, pero al final los últimos días, aunque resulte de extrañar, estaba tan adaptada que ya no me quería despegar de la caravana, ni para darme una buena noche de hotel. Ya he dicho varias veces que prefiero ser princesa en mi vida real no en los viajes.
Nos habíamos quedado sin agua, la solución es buscar gasolineras o sitios donde podíamos llenar el agua, eso implicaba: poder lavarte los dientes, darte una ducha, fregar… todas esas cosas que pasan desapercibidas hasta que no las tienes de forma fácil. Intentaba no usar el baño o usarlo sólo en emergencias, porque la acumulación y los olores en caravana pueden ser muy desagradables. Lo peor de todo es que se precisa vaciar las aguas grises o aguas residuales cada cierto tiempo y cuesta encontrar lugares específicos para ello. En la información previa no nos explicaron cómo hacerlo. Así que tras tirarnos al suelo, dar vueltas por la caravana y ver, por fin, una señal cerca de la rueda trasera derecha, vimos una palanca, la tiramos y … todo al garete. Eso sí, tiene que ser en sitios habilitados, y te vas dando cuenta porque aparece en rojo el símbolo en la caravana, y ya el olor en las tuberías se va extendiendo. También está equipada para viajar en momentos de mucho frio, y calefacción, que no hemos probado porque superamos todos los días los 300 J.
Paseo por Tavira y sus playas con mi perra, un lugar muy bonito. Empezaba muy bien nuestro primer día en Portugal. Apenas hay playa para perros, pero siempre hay rincones donde apenas había gente, entonces aprovechaba y disfrutábamos juntas. Parecía Tavira toda nuestra. La pandemia del covid nos había despejado de turistas la ciudad, las terrazas, los resturantes… incluso las playas. De hecho, llegamos justo el mismo día de apertura de fronteras en Portugal tras el confinamiento.
Quiero destacar una de las playas que más me gustó: la Playa del Barril. Está en el mismo parque natural da Ria Formosa, donde se encuentra un monumento conmemorativo a la comunidad pesquera de atún abandonada, una tradición pesquera que ya no existe en el Algarve (como en muchos otros pueblos pesqueros de España y Portugal). Todo un drama económico para muchas familias artesanas de la pesca, y que la playa te recuerda con todas las anclas clavadas de esos barcos atuneros que ya no están. Por eso se le conoce como el Cremitério das Ancoras (cementerio de anclas).
Para acceder a ella hay un gran paseo donde se observan un montón de cangrejos en zonas de poco agua y barro, ¡una pasada! Nunca había visto tantos cangrejos juntos, en un sitio que parece perdido de la nada, con tierras pantanosas, un silencio sepulcral y muy próximo al mar. También puedes observarlos en muchas playas, en las marismas, cuando la marea baja.
Para acceder a la playa puedes también optar por tomar un tren habilitado con su precio y tickets, pero yo caminé. Si te apasiona la fotografía y la biología, te encontrarás multitud de especies de aves.
Siguiente destino: rumbo a Olhao. La ciudad de los Graffitis, y que te das cuenta nada más llegar a la ciudad. Una ciudad que expone a nivel internacional un arte urbano que te hace sentir que estás en un lugar mágico, lleno de talento.
Callejear por las calles del barrio de los pescadores no te lo puedes perder, calles sin salida, estrechas, con unos colores y un aroma particular. Cruza las vías y sigue callejeando, divisa cada graffiti, siente la desigualdad entre barrios en sus casas, centros comerciales, gentes caminando. Sus calles comerciales son singulares por sus decoraciones: alzas la vista y caminas entre peces y redes, todo un símbolo al pescador. Si quieres comprar pescado o marisco y simplemente ver el tipo de pescados, introdúcete en el mercado municipal: todo un espectáculo de vendedores artesanos y mucha gente comprando.
Aquí nos alojamos en un sitio de suburbios que no era muy seguro, o al menos sentíamos que no era seguro —la seguridad, a veces, es sólo una sensación, pero muy poderosa—. Pero esa sensación es alimentada por hechos como que, cuando volvimos a la caravana, habíamos visto que nos intentaron robar las bicicletas y rompieron el porta bicis en el intento. Así que se acabó nuestra fianza. Tuvimos suerte, seguro mi perra les ladró y se echaron para atrás, pero nos dejaron el disgusto. Viajar con perro tiene muchas recompensas, una es aportar seguridad y alarma para estas cosas. La otra, su compañia.