Nada más instalarme en Londres comencé a planificar mis viajes. Lo primero era conocer a los vecinos. Así fue, en cuanto pude puse rumbo a Dublin, situada en la costa de Irlanda y que representa la capital.
Lo más llamativo de su cultura es la simpatía de los irlandeses. Su capacidad para ser sociables y su humor tan peculiar. Son capaces de incluirte en su círculo rápidamente y de forma hospitalaria, como uno más.
Comenzamos explorando la ciudad, con sus edificios históricos. El Castillo de Dublín (s. XIII) y la Catedral de San Patricio tan imponente. Entre los parques destaca el St Stephen’s Green con sus paisajes a contemplar y el Parque Fénix (enorme, por cierto), donde se encuentra el zoo de Dublín. El Museo Nacional recogiendo su cultura y patrimonio.
Una vez explorada la ciudad, nos dimos un respiro para seguir explorando, pero de otra manera, en este caso con una parada para “tomar algo” en la Guinness Storehouse. Allí puedes degustar y conocer la historia de esta cerveza irlandesa con su público tan específico. Es una cerveza seca, cremosa y distintivamente negra. Comimos platos típicos irlandeses en la planta superior que tiene una azotea.
Cada vez que tenía ocasión, me hacía alguna foto con un Elfo. Los famosos Elfos irlandeses son tan folclóricos que parece estas, por unos instantes, en un cuento de hadas y duendes.No puedes dejar de tomar algo en el barrio. Temple Bar es una zona repleta de bares con música folk en directo y Djs, donde puedes disfrutar de una buena Guinnes, y comer comida asiática, norteamericana o irlandesa.
En el condado de Wicklow se encuentra “la magia de los bosques de Irlanda”. Glendalough, más conocido como “El valle de los lagos”, para mí es sin duda una de las maravillas naturales que puedes encontrar a sólo hora y media de Dublín. Sus paisajes te dejan un gran sabor de boca, la plácida sensación de parar el tiempo y observar, oler, respirar, sentir.